viernes, 13 de enero de 2017

Relato: Wir sehen uns bald (Hasta pronto)



Suspiré lentamente. Un patente vaho apareciendo justo en frente de mi rostro al instante. Hacía tanto frío ahí, joder. Y pese a eso, prefería unas miles de veces más estar allí, fuera y acompañada solamente por un glacial viento que de alguna manera pasaba a través de mi cazadora y me daba escalofríos; que atrapada dentro con toda esa gente desconocida para mí. Pero bien. Ni siquiera sabía muy bien que era lo que hacía ahí. Mi linda amiga había desaparecido hacía un buen rato, y que por cierto, eso llevaba carcomiéndome la mente un buen rato, quizás porque había pensado que esta vez sería diferente. Que ella no me abandonaría para ir detrás de su perfecto novio una vez más. Pero heme aquí. Abandonada cual perrito en la calle, y con unas descomunales ganas de asesinar a alguien (y eso que yo no era de ese tipo de persona).

Me metí las manos en la chaqueta, pues parecía que apenas podía sentir los dedos, pero nada me ayudaba a guardar algo de calor. Nada. Chicago podía ser una ciudad helada cuando se lo proponía, eh. Una lástima que no estaba disfrutando de nada en ese momento, y que todo lo que veía y escuchaba me parecía algo irascible. La música seguía escuchándose, un poco menos intensa, pero me hacía rechinar los dientes de todos modos.

Esto era un desastre.

Iba a irme en cualquier momento. Pero mucho antes iba a encontrar a mi amiga y hacerle sentir mal por haberme dejado abandonada, otra vez. Toqué la parte superior de mi teléfono celular con los dedos en el bolsillo de mi pantalón, y lo alcancé un segundo después.

Ningún mensaje.

Y de hecho, no estaba sorprendida. Era Sienna. Tenía que aprender que ella hacía estas cosas como por naturalidad. A pesar de todo, me seguía preocupando por ella, y esperaba que estuviera pasándosela bien. Cosa que yo no estaba haciendo en el porche trasero de esa casa.

Mis ojos captaron a un par de columpios. Solo a un par de metros, y cuando comenzaba a caminar hasta allí, el bosque me detuvo de golpe. Desconocía lo cerca que estábamos de él. Tal vez porque nunca había visitado antes esa casa, o solo porque no había echado un vistazo al llegar. Seguramente las dos opciones. Obligué a mis pies moverse y caminar hasta allí, ignorando la sensación que comenzaba a crecer en mi estómago de recelo.

Hacía muchísimo que no me montaba en uno de esos columpios. Cuando era niña, mi papa construyó unos en nuestro patio, y yo solía sentarme en ellos todo el día. Mi madre siempre estaba en constante riña conmigo por ello.

Demonios, los extrañaba tanto ahora.

Mis manos salieron lentamente de la chaqueta cuando me hube sentado sobre el metal frío del columpio, mi trasero inmediatamente se quejó y me recorrió un escalofrío por el cuerpo. Apreté fuertemente las cadenas a los lados para ponerme lo suficientemente firme, y comenzar a columpiarme despacio. Esto era tan de espontáneo. Ni siquiera comencé a darme cuenta cuando mis pies se movían en sincronía y los mechones de pelo me tapaban el rostro cuando me impulsaba hacia delante. Ni siquiera, me di cuenta de la sonrisita amarga que comenzaban a formar mis labios, como si todo aquello no hiciera más que palparme la herida, y los recuerdos comenzaran a invadirme otra vez la mente.

Dolorosamente, tenía que dejar de pensar en ello. Mis pies aterrizaron nuevamente en la tierra, y todo movimiento que había estado erigiendo con el columpio, se detuvo.

Alcancé mi teléfono celular y visualicé la hora en la pantalla en un segundo. 1:46 a.m. Ni siquiera era lo suficientemente tarde como para volver a casa. Tal vez pronto cambiara de idea y regresara a la fiesta como toda chica normal, solo para complacer a alguien que no era a mí misma.

No. Para nada. Sabía que eso no iba a pasar, como nunca, y no en algún mundo cercano a este, seguro.

Comencé a jugar con mi teléfono, solo para tener que hacer algo. El viento había comenzado a ser más fuerte de pronto, y mis dedos de los pies se encogieron dentro de las zapatillas, tiritaba del frío.

Fue entonces cuando él apareció. Y juro, que ni siquiera sabía cómo había llegado ahí, pero logré verlo cuando ya estaba lo suficiente cerca. Momentos antes, podría asegurar que me encontraba completamente sola.

Él tomó asiento, en el único columpio que quedaba disponible. Le miré por el rabillo del ojo, y esperaba no ser tan obvia, pero no estaba muy segura de qué pensar y mi corazón comenzaba a golpetear fuertemente contra mis costillas. Y no tenía ninguna razón. Porque el chico desconocido no había hecho más que acercarse y luego tomar asiento a mi lado, en silencio. Y sin siquiera mirarme.

Me guardé el teléfono en el pantalón, con cuidado, y con los dedos temblando. La primera mirada que me envió fue cuidadosa. Como si estuviera probándome. Como si yo pudiera salir corriendo en cualquier momento. Pero lo cierto era que yo no iba a hacer nada, podría estar siendo algo meticulosa, porque vamos, él era un desconocido. No había nada distinto a esperar. Le miré a la cara esta vez, de la misma forma que él había hecho conmigo, pero apuesto porque yo había lucido un poco más torpe.

Mis pies no se querían mover. Y esta vez, sí que comenzaba a sentir la necesidad de salir corriendo despavorida.

El chico apaleaba un cigarrillo con los labios, y la intensidad de sus ojos parecían notarme hasta el alma. Me observaban tan atentamente y a la vez, como si no lo hicieran. No sabía que clase de encanto era este. Todos, pero cada uno de los músculos de mi cuerpo se tensaron con rapidez cuando una de sus manos subió lentamente y cogió el cigarro entre sus dedos, solo para calar una vez y luego soltar el humo al aire. Pero por la manera en que nos encontrábamos, tan peligrosamente cerca, podría decir que más de la mitad del humo terminó por colisionar en mi rostro. Se me cerró la garganta y comencé a toser como loca.

Creo que le pareció lo suficientemente divertido como para dejar salir una pequeña risa de burla.

Yo no podía dejar de verle a los ojos, y él tampoco había dejado de verme a mí en ningún momento.

—¿Te ibas? —dijo, su voz siendo tan grave y dolorosamente suave a la misma vez. Fue como un pinchazo en la costilla, pequeño pero con el recordatorio de aquel mínimo dolor—. Uh, es una lástima. Podría agradarme algo de compañía justo ahora.

Mis cejas se unieron en confusión. Y cuando logré responder, unos cuantos segundos habían pasado.

—Yo no iba a ningún lado —dije por fin, mi voz sonando tan sosa como siempre.

Vaya, gran respuesta.

Se rió otra vez, dándole una larga canalada al cigarro y luego soltándolo justo en mi rostro, una vez más. Esta vez yo me cubrí la nariz y la boca con la mano.

—Perfecto, entonces —expresó—. ¿Cómo te llamas?

—Eh…

Una de sus cejas se alzó.

—¿Te llamas ‘‘eh’’?

—Me llamo Lucie.

Una lenta sonrisa se le formó en los labios, y sus ojos tenían un brillo bastante peculiar. Parecía… divertido.

—Lucie. —repitió—. Bonito nombre.

—Gracias.

Yo no iba a preguntar su nombre. A pesar de lo mucho que pudiera intrigarme.

—Yo soy Jude.

—Bonito nombre. —Le devolví el halago, y mucho antes de que pudiera detenerme a mí misma.

Jude me miró a los ojos una última vez y una risita se le escapó de los labios. Yo no sabía que era lo que le parecía tan divertido, pero comenzaba a ponerme incómoda.

Quizás se burlaba de mí.

Dejó caer el cigarrillo al suelo y luego lo pisó con las botas negras que le cubrían los pies.

—Así que… Jude. —Su mirada se encumbró en mi rostro—. ¿Desde cuando fumas?

Yo y mi manía de hacer preguntas estúpidas cuando el silencio se apoderaba de la situación. Inclinó la cabeza, y su frente se apoyó en la mano que apretaba las cadenas del columpio, a su izquierda. Estaba temblando, y quería contribuírselo al frío.

Con suerte él no parecía molesto por la pregunta, seguía mirándome a la cara como si fuese lo más interesante que había visto en toda la noche.

—Desde hace algún tiempo —contestó, encogiendo los hombros.

—¿Sabías que fumar te hace daño? —le pregunté, y sus ojos se ampliaron, pero no porque lucía sorprendido—. Así es. Tanto físico, como funcional.

—Vaya, pero si me he encontrado con una psicóloga —exclamó, pero parecía aburrido—. No necesito que trates con mis problemas, cariño. Conozco muy bien las consecuencias que tiene el tabaco.

Apreté los labios.

Estaba aburriéndole. Pero no quería que aquello me afectara. Quizás él pensó que era una de esas chicas impetuosas de universidad que iban a fiestas las veinticuatro horas del día y vestían como prostitutas adolescentes. Pero, vamos, yo ni siquiera llevaba algo provocador. Con unos pantalones deshilados, una franela que apenas pronunciaba un escote y una gran chaqueta cubriendo la poca piel que resultaba, yo diría que mi apariencia era un noventa por ciento de abuuuurrido.

Era una chica promedio, corriente, y no había mucho que esperar de mí. Me sentía un poco desilusionada. Jude había tenido un ojo en mí todo el rato, y ahora parecía que no era lo suficientemente interesante como merecer su atención.

Pero a mí no me importaba lo que un desconocido pensara sobre mí. No, claro que no.

—Mira, no quise sonar grosero, pero simplemente no me gusta que la gente se meta en mis cosas.

Y ahí tenía su atención otra vez.

—Está bien.

Me abracé a mí misma con los brazos.

—No está bien. ¿Qué tal si empezamos de cero, Faith?

Amplié los ojos, un escalofrío recorriéndome de pies a cabeza. No podía ser. Cuando hablé, mis labios temblaban.

—¿C-cómo?

Sí, yo había utilizado un nombre falso. Pero era lo que hacía cuando alguien desconocido me hablaba, mentir sobre quién era. No era ningún mal hábito, solo era algo de lo que me había acostumbrado cuando me mudé sola a la ciudad. Pocas personas conocían mi real nombre.

Y segura como el infierno que Jude no era una de ellas.

—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté, con un leve temblor en la voz.

Tal vez era un malentendido. Tal vez, Sienna o alguien más le conocía y le habían soltado mi nombre por accidente. Sí, seguro. Yo no tenía porqué asustarme porque un desconocido sabía mi nombre real. Existían miles de explicaciones.

O tal vez no.

Se echó a reír, porque como no, vamos a burlarnos de la chica histérica una vez más.

—Hey, tranquila. Tu amiga… Eh…

—¿Sienna?

—Esa. Sienna, ella me ha dicho tu nombre.

Mis hombros bajaron en puro alivio.

—Oh —murmuré yo, y otra sonrisa se le formó en los labios—. Supongo que imaginé algo que no es.

—No soy ningún acosador de chicas, Faith.

Me toqué la frente con la mano, riendo nerviosamente.

—No, supongo que no lo eres. Perdona mi comportamiento.

Se inclinó hacia delante, mirándome mucho más de cerca, y sus ojos oscuros me atravesaron. Esa sensación extraña me recorrió el cuerpo una vez más.

—No te preocupes. Te entiendo perfectamente.

No dije nada, y me quedé increíblemente quieta mientras le miraba con la misma intensidad con la que él me dirigía. Sus ojos tenían un efecto demasiado hipnótico, y de alguna forma hacía que se me trabara la respiración.

Entonces fue cuando apareció Sienna, a través de la puerta trasera y caminando como si el suelo tuviese baldea y ella estuviese esquivándola. Su grito fue el que me sacó del ensueño. Al que ni siquiera sabía que me encontraba.

Me giré enseguida, con las mejillas coloradas.

—¿Sí? —le grité de vuelta, porque estaba casi segura de que ella había dicho mi nombre. Yo ni siquiera estaba segura. Genial, Faith.

—¡Faith, ya es tarde y Tom y yo ya nos vamos! ¡¿Vienes?!

—¡En un segundo!

Me giré una última vez hacia Jude y le di lo que, esperaba, fuese mi sonrisa más amable. Él seguía observándome, como si Sienna no hubiese llegado a interrumpir en ningún momento. Había algo diferente en sus ojos esta vez.

—¿Nos vemos?

Me dio una sonrisa.

—Nos veremos pronto, Faith.

Esperaba volver a verle. Yo caminé hacia mi amiga y le di mi mirada más molesta. No podía creer lo grosera que había sido con Jude. Generalmente, ella no era tan grosera con las personas que conocía; por eso era evidente que de las dos la que más se llevaba con las personas era ella y no yo.

Había olvidado la razón anterior por la que me encontraba enojada.

—¿Qué? —preguntó, haciendo un gesto. Pero se acercó para agarrarme del brazo suavemente.

—Ni siquiera lo saludaste.

—¿A quién?

—¡A Jude! ¿El que estaba sentado a mi lado?

Sus ojos se ampliaron y se congeló, la mano que me sujetaba el codo, vaciló un momento.

—Faith.

Rodé los ojos.

—¿Qué?

—Faith, ahí no había nadie.

—¿Qué? No puede…

Mis cejas se juntaron y me giré hacia atrás. Pero descubrí con horror que el patio se encontraba completamente vacío. La brisa hacía mover a unos columpios solitarios cercanos al bosque, y nadie estaba sentado ahí.

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