miércoles, 11 de enero de 2017

Relato: Recóndito proyecto de los súper humanos.



Abril de 1991, día 22.
PROYECTO E.D.C.B.A.

Rusia, Omsk.

Despertó en una sala repleta de personas vagando de un lado otro apresuradamente. Otros, se encontraban sentados en sillas con enormes computadoras vetustas y máquinas de controles, y había alguien en especial sentado en una silla en medio de todo aquello, un hombre. O quizás un chico. Con aspecto desorientado, apenas parecía ser capaz de mantener los ojos abiertos, parecía… Parecía no estar seguro de lo que hacía allí.

Cabeceó de un lado a otro, quejándose mientras intentaba en vano de mover los brazos. Estaba encadenado hasta en los lugares que no muy estaba seguro debería ser encadenado.

Oh…

Sí que estaba perdido, como alucinando. Cuando abrió los ojos y pudo mantenerlo abiertos, se dio cuenta de que alguien estaba delante de él, con un cuaderno y lápiz en la mano. Un hombre enfuscado en una sucia bata blanca y lentes gigantes en el rostro, se dio cuenta de que sudaba, demasiado. Probó hablar, abriendo la boca inútilmente. Quizás había olvidado hablar.

—¿Q… En dónde estoy? —No recibió respuesta, siendo ignorado con intentes. El hombre apenas le dio una mirada, volviéndola rápidamente a su regazo. Probó otra vez—: ¿Podría decirme dónde me encuentro?

Nada. Y estaba comenzando a perder la paciencia. Apretó los dientes, enfurecido y, porque no, temeroso a la vez. Se movió y las cadenas resonaron, chocando entre sí. Siguió moviéndose aunque sabía por sentado que no haría nada para cambiar el estado en que se encontraba, pero siguió, agitándose en el asiento que supo era de acero y vociferando maldiciones. Quizá no logaría zafarse pero sí que lograba que todos le dieran ojo. Necesitaba saber que hacía ahí.

Una de las cadenas, de las que se encontraban en su muñeca izquierda, hizo un chirrido y antes de que siquiera lo pensara, mientras se estremecía y gritaba por respuestas, esta se desprendió. Y se había soltado. Quedó tieso, helado e incapaz de hacer más nada que quedar con la boca abierta, seca y a punto de soltar otra exclamación. ¿Era capaz de romper las cadenas? ¿De… dónde había venido tanta fuerza?

Pero no dejó que aquello le atrapara mucho más, y con esa nueva habilidad encontrada, se desprendió de todas las cadenas. Y toda la sala a su alrededor estalló en alaridos de sustos. Oh, no sabía de donde había venido todo aquello, pero le gustaba.

Lanzó un gruñido, dejando que las cadenas cayeran a sus pies como cuerdas livianas. Una sirena había empezado a sonar en aquella sala, ruidosa, sin embargo, ni se molestó por el sonido. Su objetivo era aquel hombre de bata que había decidido no darle las explicaciones que quería.

Levantó la mirada, ladeando la cabeza a un lado. Se sentía mucho más determinado de lo que se había sentido nunca. El hombre frente a él estaba asustado, oh, eso lo podía hasta oler, y sudaba ahora mucho más. Temblaba, incluso.

Le vio tragar saliva.

—N-no me hagas daño, p-por favor —imploró, notándose el temblor hasta en su voz. El tipo parecía dispuesto a echar a correr en cualquier momento, lo que le causó saleroso. En serio, era de lo más divertido ver aquello.

Sacudió la cabeza, quitando la mirada de aquel hombre. Ah, no era capaz de jugar con el pobre hombre. Estaba seguro de que no era de ese tipo.

Intentó decir algo, pero muchos pasos apresurados se empezaron a escuchar, murmullos y terminó frunciendo el ceño hacia un grupo de personas que entraban a la sala. No personas cualquiera, pudo reconocer el uniforme militar.

De pronto estaba siendo rodeado por todos esos militares, e intentó echarse para atrás, alzando apenas un pie y girando, quizá pensaba en escapar, pero también había militares ahí, apuntándolo con armas de fuego. No bajó la guardia, aunque estaba bastante temeroso por todo aquello. Se dio cuenta de que estaban abriéndole paso a una persona; seguro importante, pensó enseguida. Tenía que serlo para que ese grupo tan grande de militares estuvieran dispuestos a volarle la cabeza a él en cualquier momento, aunque no había hecho nada para merecerlo, en realidad.

Echó un paso hacia atrás al ver aquel hombre, le pareció casi conocido su rostro. Vestía un ridículo traje formal y traía una gran sonrisa en los labios. Tenía que admitir que no le gustaba aquello. El hombre abrió los brazos, todavía sonriendo.

—¡Apreciad a este chico, todos! ¡Mirad cómo ha demostrado de lo que está hecho! ¡Decidme si no ha estado fantástico el espectáculo que nos ha dado! —dijo él, entusiasta. Casi parecía a punto de echarse a aplaudir.

El chico frunció el ceño, tan profundo como pudo.

—Estoy bastante sorprendido, lo admito. Aunque creí que te soltarías mucho más rápido, pero bueno, quizás para la próxima, ¿te parece? —preguntó, aunque parecía que en realidad no estaba dirigiéndose a nadie, ni estaba mirándolo ya.

El hombre hizo un gesto con el dedo, e inmediatamente el hombre anterior, el de la bata sucia y lentes, apareció, todavía un poco tembloroso. Levantó el cuaderno y el lápiz y parecía totalmente listo para todo lo que el hombre de traje le pidiera.

—Toma nota, Maxwell.

—Soy Christopher, señor —corrigió, un poco apenado porque el hombre para al que trabajaba no recordara su nombre en absoluto. Sin embargo, el otro hombre frente a él no parecía importarle, e hizo un gesto de irritación.

—Como sea. Toma nota. ¿Estás listo? —preguntó.

—Sí, señor. —El acreditado levantó el cuadernillo, arreglándose los lentes con el dedo y listo para escribir.

—El soldado ha mostrado mejorías después de veintidós días, parece haber descubierto otra forma de escapar. Y escribe, más abajo en observaciones: ubicar más cadenas NO ha funcionado. Es que… —se frotó el puente de la nariz, cerrando los ojos— ¿En serio? ¿A quién se le ha ocurrido semejante idea? Es una tontería.

—No tengo ni idea, señor —contestó el pobre, quien justo al terminar, cerró el cuadernillo y lanzó un suspiro. Exhausto, quizás.

Y nada de aquello tenía sentido. Y entonces, nadie parecía capaz de explicárselo a él. Quién no hacía más que mirar la cara de los presentes, buscando respuestas, que quizá no iba a encontrar.

—Muy bien… Creo que ha terminado todo por hoy, llevaos al soldado a su cuarto. Con cuidado, recordad que debe de estar un poco desconcertado.

Oh, desconcertado era poco para lo que se encontraba. Pero antes de que pudiera preguntar algo, alguien lo interrumpió. Un chico vestido de guardia.

—Señor Leager, ¿cómo llevaremos al… soldado —parecía que le costaba decir esas palabras. El señor Leager se detuvo, mirando al chico por sobre el hombro— al cuarto? Hoy no tiene las esposas como las ha estado llevando, quizá ponga resistencia.

Cuando el chico terminó, Leager se echó a reír odiosamente, dejando en silencio a toda la sala, solo escuchándose él. Cuando terminó, hizo un gesto con la mano, como demostrando que había terminado, se sacudió el traje con las manos, alzando una ceja.

—Llevadlo como lo habéis estado haciendo todos los venerables días, el soldado no ha puesto resistencia nunca, y no lo hará ahora, estoy seguro. Solo… haced que tus hombres le agarren de los brazos o yo que sé, no puede ser tan dificultoso. Es algo que habéis estado haciendo todo el mes —chasqueó la lengua.

—De acuerdo, señor.

Leager se giró, sacudiendo la cabeza y desapareciendo tan pronto había llegado. De pronto ya no se sentía tan determinado como antes, estaba confundido y deseaba descubrir en dónde rayos estaba metido. ¿Qué era aquello de soldado? ¿Era él un soldado? ¿Cómo…?

¿Qué significaba todo aquello? ¿Y a dónde lo llevarían ahora?

Leager se había referido a días atrás, y eso quería decir que había estado un tiempo metido en todo eso pero, ¿por qué no podía recordar nada? ¿Había alguien en esa sala que podía resolver todas sus dudas? Por ahora, solo se dejó llevar. Aunque sabía que era lo suficientemente capaz de soltarse de aquello militares, aunque… no sabía si era capaz de salvarse de un balazo en la cabeza. En realidad no sabía nada de aquello, en qué cosa estaba metido, y quería descubrir de lo que era capaz.

Los militares le llevaron fuera de la sala de donde estaba, sacándolo a un pasillo largo, con apenas unas luces iluminando, cuando cruzaron la primera esquina, él seguía mirando por encima del hombro hacia atrás. Pero rápidamente se cruzó con los ojos de un militar, con la mirada dura y acomodándose el arma en el hombro. Quería intimidarlo, y casi se rió de eso. De hecho, lo hizo, haciendo un sonido con la boca como especie de burla y soltando una sonrisa.

Tenía cuatro hombres encima de él, dos en los hombros y otros dos al frente y atrás. Era incapaz de mover un brazo apenas, y empezaba a faltarle el aire. Se desequilibró un momento, cuando rodeaban otra esquina, y dándose el tiempo para echar vistazos a todos lados; tratando de recordar luego todos los pasillos. Pasaron por una puerta grande, metálica también, por dónde casualmente alguien salía. Captó luz solar de inmediato, pero la puerta se cerró cuando deseó haber visto mucho más. Aquello tenía que ser alguna salida. Memorizó cada cruzada de esquina, y enumeró los minutos que le llevó llegar hasta el último pasillo en el que se detuvieron a la salida. Aquel pasillo tenía más de diez puertas, totalmente forjadas con un material que no reconocía, pero parecía bastante fuerte. Todas tenían un pedazo de vidrio en el medio, como para que cuando a alguien le apeteciera simplemente se asomara para ver hacia dentro. Se preguntó si esconderían a más personas ahí, soldados, como él.

En cambio, olvidó todo aquello cuando alguien lo empujó hacia dentro de un cuarto, uno de aquellos cuartos, y pudo admirar hacia dentro como si fuese la primera vez. Aunque sabía que probablemente no lo era. Todo era extremadamente iluminado, en comparación con toda aquella base tan sombría, denigrante. Y se limitó a parpadear, mientras se dejaba arriar bandera, dejando que un guardia (el que se había dirigido a Leager antes) le guiaba hasta dentro. No quería estar ahí, estaba seguro.

El guardia le llevó hasta el centro de la habitación, y no habló: simplemente dejó que él se ajustara a aquello, o eso especuló, cuando le miró se dio cuenta de que solo se había ido hasta una mesa en una esquina para sacar algo de un maletín. Al instante se dio cuenta que era una inyección.

Una inyección.

¿Tratarían de dormirlo? O… ¿Era aquello lo que hacía que olvidara todo lo pasado cada día? Se echó hacia atrás, abatido. ¿Cómo eran capaces de hacer aquello? No iba a permitir que lo hicieran, no nuevamente. Le pondría un alto.

Cuando el hombre se acercó, quizá pensaba que él otro no diría nada, pero habló, muy firme:

—No —sacudió la cabeza—. No voy a permitir que-

—Oh, por favor. Coopera y solo deja que te inyecte esto. Aunque siempre te opongas, no consigues lo que quieres —dijo, casi cansado.

Pero él no se inmutó, no iba a dejarse. Más bien, se sintió ofendido por aquellas palabras. ¿Cómo era capaz de decir aquello? Era… grosero.

—He dicho que no. —Dio un paso adelante, acercándose al hombre. Vio una sombra de miedo cruzándole por los ojos, pero desapareció casi al instante.

Cogió al hombre por el cuello, alzándole por varios metros del suelo, su fuerza era algo sorprendente, casi lograba sorprenderle a él mismo. Escuchó como la inyección que llevaba en la mano se caía por el temor mostrado de nuevo en los ojos del hombre. Seguro no se esperaba aquello.

Gruñó, apretando más fuerte.

—Me han sometido, quien sabe cuanto tiempo, en esta base, tratándome como un jodido juguete, nombrándome por nombres entupidos…. —dijo, apretando los dientes, inyectado en furia— ¿…Y esperan que siga sus ordenes?

El hombre cogido por el cuello por sus manos intentó hablar:

—Nosotros… No-

—Shh. Silencio —le interrumpió, agudizando los oídos a lo que pasaba fuera en el pasillo. Escuchó pasos acelerados.

Soltó al hombre, lanzándolo hacia la esquina de la habitación. El cuerpo cayó encima de la mesa, rompiendo ésta y, quizá no había dejado al hombre desmayado, pero sí que lo había dejado inhábil para moverse. Solamente podía escuchar sus quejidos al salir de la habitación, encontrándose con un montón de militares antes de dar más pasos por el pasillo.

Se quedó quieto, por un momento. Midiendo su determinación. Ladeó la cabeza justo en el momento en el que daba un paso y un disparo salía disparado hacia él. Sin embargo, dio en su hombro, y se giró para mirar el estado de su herida. Observó con excitación como ésta se cerraba de nuevo, dejando atrás más que una pequeña cicatriz sonrosada.

Oh.

Sonrío, volteándose hacia la minúscula masa de militares frente a él. Y todo se desató entonces; habiendo disparos, gritos y alguien en especial gritó:

—¡Está curándose por sí solo! ¡Llamad refuerzos, mierda!

En cambio, mientras se deshacía de todos aquellos militares, apenas recibió otros tres disparos, apreciando como las heridas se iban casi de inmediato. Cuando acabó, había sangre por todo el pasillo, en las paredes, y él también estaba lleno de ella; pero no de la suya, sin embargo. Soltó la pistola en sus manos y echando un vistazo a todo, estando seguro de que había acabado, empezó a emprender marcha a lo largo del pasillo, un poco trotando y caminando aligero.

La alarma se activo de nuevo en la base, pero esta vez tenía un propósito diferente. Ya podía sentirse libre. Rodeó las esquinas necesarias hasta encontrar la gran puerta de metal anterior, pero antes de salir, se encontró de frente con una de las cámaras de seguridad. Alzó la cabeza, y sin pensarlo, sonrió. Casi en modo de victoria, aunque sabía que tras esa puerta encontraría muchos más militares esperándolo. No importaba, había sido capaz de acabar con los demás, y era capaz de hacerlo con más. Salió, enfrentándose a otro montón más de esos hombres uniformados.

Junto a la alarma, había una voz que no paraba de repetir lo mismo:

—¡El experimento B ha escapado de su jaula, repito, se ha escapado! ¡Llevad a todos los escoltas hasta la salida ahora mismo! ¡Repito, el experimento B ha es-!

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